White Russian & Blue Lines

sábado, julio 25, 2009



De panes, posadas y ángeles

Es lunes, está lloviendo y J. está al volante. ¿Cuántas gotas de lluvia harían falta para que la pista se convierta en una enorme piscina? Mientras vamos camino a su casa desde la mía, los 10CC tocan "Dreadlock Holiday", uno de esos más conocidos éxitos. Hoy tenemos una muy buena razón para celebrar: "Volkswi" pasó la revisión técnica y J., su dueño, está feliz con la noticia. Cuando tenga mi carro le pediré asesoría a J. para ese tipo de revisiones. Tienes que tener la suficiente constancia, paciencia y voluntad para salir airoso de esas pruebas.

Para esta noche hemos planeado preparar un lonche para hacerle compañía al invierno y su tradicional lluvia. Después de detenernos en Vivanda llegamos a casa con ciabattas, franceses, croissants y yemas; un sachet de queso crema, dos deliciosas frankfurter y una botella de vino blanco. Con todo eso tenemos lo necesario para decir ¡bon apetit! Después de terminar nuestro lonche con leche chocolatada, J. descorcha el vino y alista las copas. El detalle del "chocolate más el vino" puede ser inusual para algunas personas, pero no para nosotros que nos gusta apreciar el sabor de las cosas.

Brindamos con su papá, su mamá, y su tío Ricky, que acaba de llegar. El papá de J. nos hace ver que siendo lunes puede ser algo temprano para iniciar la semana con un brindis, pero el que J. haya pasado la revisión técnica lo convence de que una copa no viene mal ;-). Luego del brindis nos despedimos de todos y nos vamos a pasear por Barranco. Llegamos hasta una de las tradicionales Posadas del Ángel y nos instalamos en el segundo piso. La noche estará animada por un guitarrista que ha preparado un buen repertorio de temas. Nos gustan varios, pero sobre todo una canción de John Lennon, uno de los Beatles. También nos animamos a cantar algunos temas, como el que Ilan Chester tocaba en el piano allá por los '80s. La carta de La Posada es tan grande como esos antiguos periódicos de comienzos de siglo, y es bonita. Está llena de una respetable variedad de tragos. J. se pide un refrescante chilcano y yo me decido por un "Blue Angel" para terminar de sentirme en el paraíso.



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viernes, julio 03, 2009


Un día del padre en Pachacamac, el valle gourmet de invierno

El lunes que fue feriado pasamos la tarde en casa de los papás de J. Además del señor Julio y de la señora Teresa, estaban su sobrino Sebastián y su tía Nora. Después de saludarlos nos invitaron a ver un video en la salita del televisor. Cómodamente instalados, el señor Julio dio "play" a la cinta y entonces empezamos a recordar el bonito almuerzo que se realizó en Pachacamac con motivo del día del padre, una semana atrás.

Tengo que decir que desde que mi papá partió al cielo, y en realidad unos meses antes, cuando mis hermanos me contaron que estaba muy enfermo, mi corazón empezó a albergar un sentimiento mucho más fuerte hacia ese hombre que fue mi padre. Me prometí ser valiente y nunca llorar delante de él, así la imagen que tuviera fuera la de alguien cuya vida se iba apagando como la llama de una vela. Recuerdo que él mismo me lo repetía. Me pedía que el día que él ya no estuviera físicamente yo debía estar tranquila, porque ese día él no sentiría más dolor y podría acompañarme y bendecir a toda su familia desde allá arriba. Desde el momento en que las dijo, sus palabras se quedaron conmigo. El carácter alegre y bromista de mi papá ayudaba en esa tarea. Siempre sonreía orgulloso de tener una hija mujer (porque mis tres hermanos de parte de papá son hombres) y no perdía ocasión para recordarme que debía seguir estudiando, convertirme en toda una profesional, viajar por todo el país y después a otros países del mundo, y aprender a cocinar. Esto último aún no te lo he cumplido del todo, papá. Pero aprenderé unos cuantos platillos ;) Ojalá nomás en mis genes estén no solo el buen apetito que heredé de ti, sino también la sazón de mamá.

Volviendo a Pachacamac y al día de la celebración de los papás, recuerdo muchas instantáneas Kodak de ese día. La familia de J. es grande y muy unida, y eso para mí la convierte en uno de esos ejemplos de familias que son atesorables para cada uno de los integrantes de sus distintas generaciones. Imaginen esta escena: ocho niños cuya diferencia de edades es de apenas un año, saliendo en fila desde su casa a la bodega al frente de esta, para ir en busca de un dulce. Cuando se lo escuché a la mamá de J. me pareció una de las escenas más bonitas que uno puede imaginar. Ternura pura.

Les cuento algunas de las instantáneas Kodak que guardé en mi memoria ese domingo. Una de las primeras fue cuando estábamos en el Volkswagen de J. Su tío Ricky, que viajaba en el asiento de atrás, nos hizo reír mucho con el episodio del "E.T. casa", una contraseña absolutamente secreta que él mantenía con su grupo de amigos para referirse al lugar donde se reúnen a conversar y tomarse unos tragos. El tío Ricky nos decía que la anécdota graciosa sucedió una vez que el hijo pequeño de uno de sus amigos repitió esta misma frase delante de la mamá y otros invitados, con la más absoluta inocencia.

Otro de los momentos divertidos ocurrió apenas llegamos. J. estacionó el carro, todos bajamos y ¡oh, sorpresa! sus papás habían dejado la puerta con llave antes de salir al mercado de Pachacamac. Igual la espera no se hizo tan larga, sobre todo después de ver cómo Maria Fe y su papá perseguían a un travieso gallo que se había escapado de la casa vecina.

Un brindis con 'Pisco Punch'
Con todos los ingredientes listos, J. y yo teníamos pensado una sorpresa para los asistentes: prepararles un cóctel que habíamos aprendido a hacer en el restaurante "Malabar". Fue entonces que manos a la obra, empezamos con la receta. Debo decir que el trago salió bien, pero pudo haber quedado espectacular si en lugar de usar el jugo del cocktail de frutas, hubiéramos tenido el almíbar de piña o un jarabe de esta fruta. Gajes de barman & bartender, que le dicen. Después del brindis y de saborear los platos del almuerzo (causa rellena, frijoles negros, anticuchos y hasta ¡picarones!), llegó la hora del cafecito y de las infusiones (esa soy yo :), la Srta. Hierba Luisa, Manzanilla, Té Verde, o Anís).

Fue en ese momento que conocí a la abuelita de J., doña Susana. Créanme que no exagero si les digo que conocí a una abuelita que a sus 87 años no solo es una mujer absolutamente linda y una excelente conversadora, sino sobre todo, ¡un dechado de buena memoria! Hasta donde recordaba a mi abuelita Josefina, ella era lo mismo a sus 84 años. Bien dicen que la longevidad es sinónimo a veces de sabiduría, y en este caso doña Susana es el ejemplo más fiel de ello.

Creo que siempre aprendes de los mayores y nunca te cansas de escuchar la fascinante historia de sus vidas, de cómo se conocieron sus familias, de cuánto hicieron por criar y educar a sus hijos, o de cómo era la vida años atrás. Esa tarde lo confirmé mientras escuchaba a una emocionada abuelita que se sentía feliz de estar rodeada de su familia, de pasar un día del padre con su hijo, y de recibir todas las dosis de cariño de sus nietos y bisnietos. Díganme si un estado así no es de dicha plena. Les aseguro que sí.

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