White Russian & Blue Lines

lunes, febrero 23, 2009


La fiesta de Zé Paulo

¿Qué te hace decidir ir a una fiesta? ¿Pasarla bien con tus amigos? ¿Bailar y divertirte toda la noche? ¿Tomar más cervezas de las que calculaste? ¿Hacer nuevas amistades? ¿Todas las anteriores? ¿Algunas? ¿Ninguna? El 13 de febrero tuve dos invitaciones para asistir a dos fiestas. Hubiera querido ir a las dos, pero por una demora donde mi dentista solo pude asistir a una. Desde aquí van mis disculpas a Cris, quien sé, se portó estupendamente con todos los invitados de la fiesta de carnavales que organizó en su departamento. Estoy en deuda contigo, Cris, por eso creo que será obligatorio que esté en la próxima reunión con toda la gente de la DCI.

Les contaré de la otra fiesta. Era una reunión pro-fondos organizada por los mejores amigos de los papás de Zé Paulo. ¿Quién es Zé Paulo? Tan bonito nombre de origen portugués le pertenece a un angelito que tiene un año y algunos meses y que necesita ser sometido a una operación para estar bien de su cadera. Debo decirles que aunque esa noche no lo conocí, sino algunos días después por unas fotos, ese día de la fiesta empecé a sentir por él un cariño especial cuando conocí a Paloma, su mamá.

Siempre he disfrutado escuchando las historias que unen a las parejas. Una vez quedé emocionada cuando supe la forma como se habían enamorado un profesor de Sociología de mi universidad, el Dr. Denis Sulmont, y su esposa, Roelfien Haak, también socióloga de profesión. La manera en que el Dr. Sulmont relataba la forma cómo conoció y después se enamoró de su esposa fue maravilloso. En ocasiones como esas es inevitable que se me erice la piel de pura emoción.

Esa noche de la fiesta, al escuchar la historia de los papás de Zé Paulo, sentí exactamente lo mismo. Paloma me contaba su historia con Mac y yo no podía dejar de escucharla y sonreír. La de ellos es una de esas historias que jamás te cansarías de escuchar. Es también uno de esos relatos que te demuestran que no existe equivocación cuando apuestas todo por el amor de tu vida. Ese amor al que dicen estás predestinado a conocer y a amar, tal vez por el resto de tus días.

¿Cómo me sentí en la fiesta? Hace un par de días le contaba a alguien por correo lo increíblemente bien que me sentí esa noche previa al Día de San Valentín. En principio iba a estar del lado de los invitados que van a divertirse en la fiesta. Pero después de unos minutos de haber llegado y ver a mi adorable novio encargado de la caja, comprendí que prefería estar del otro lado de la fiesta. El de los organizadores. Me encantó ayudar. Tanto que puedo contarles la satisfacción que sentí al preparar algunos cocteles, siguiendo la receta de Gisella, una de las bartender más carismáticas que conozco. También disfruté dándole una mano al organizado cajero que atendía pedidos de cervezas, tragos fantasía y cigarrillos. En esa tarea debo agradecer la paciencia de Roxana (espero haber recordado bien su nombre) que siempre me ayudaba a cambiar billetes grandes por sencillo.

Todo esto me hizo acordar que en el pasado había hecho algo parecido. Una vez fue durante una kermesse en el colegio donde trabaja mi hermana. Ahí la ayudé vendiendo cervezas heladas (las que pedían "al polo" me dejaban las manos azules, pero eso no fue problema para continuar atendiendo). La segunda vez fue durante una actividad pro-fondos en el área de la venta de los sabrosos "Panchos". Se me ha olvidado el número exacto de panes con hot dog que se vendieron esa noche, pero no que dejé de comerlos durante algún tiempo.

La fiesta de Zé Paulo salió muy bien. Entre los amigos, conocidos y la gente que se enteró de la actividad, que asistieron y consumieron, se logró recaudar una cantidad de dinero que significa mucho para hacer posible el tratamiento de este pequeño. Pero, además, esfuerzos como los de G., J., I., así como de la familia que prestó la casa donde se realizó la reunión, y la de todos aquellos amigos de Mac y Paloma que estuvieron con ellos esa noche, son invalorables y pertenecen a esos recuerdos que se quedan contigo para siempre.



En la foto: Paloma y Zé Paulo, preciosos mamá e hijo.




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viernes, febrero 20, 2009


No fear, girl

Una tendinitis podría detenerte en el segundo mes del año, pero nunca enyesarte por completo. La receta de un resfrío podría llevarte tres veces donde la señora Yael, pero tres inyecciones casi no se sienten. Y una endodoncia podría tomarse más tiempo del calculado, pero ni siquiera las visitas al dentista esperando que tu corona de ese diente esté listo, deberían hacerte perder la paciencia. ¿Qué necesitas hacer para enfrentar estos y otros "stops" que aparecen en el camino? Hace algunos años alguien me decía que jamás retrocedía a menos que solo fuera para tomar impulso. ¿Se acuerdan de esa publicidad de Saga Falabella donde una mujer enfrentaba sus miedos al salir al encuentro de un lobo? ¿En qué oportunidades han deseado sentirse igual? Quiero averiguar más sobre la naturaleza del lobo gris, ese ejemplar bellísimo que habita los grandes bosques del este de Europa.


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viernes, febrero 06, 2009


El chico del Mamma Lola

Hace un año, durante un cumpleaños de verano conocí a J.C. Nadie nos presentó, pero no hizo falta. Debo decirles que cuando lo vi en lo que menos pensé fue en querer conocerlo. Mi primera impresión fue creerlo un chico presumido y con poca o ninguna sensibilidad. Imaginé que ni siquiera tenía tema de conversación. Fui una malvada. "Este es un bacán", pensé. Uno de esos tipos que llegan a las reuniones con pose de galanes de barrio y encandilan con una envidiable facilidad a la mitad de las chicas del lugar.

De esos chicos siempre he dudado y nunca me ha provocado conocerlos más allá de saludarlos con educación. Pero J.C. me demostró lo equivocada que estaba. Fue después de que regresó de bailar que se sentó a mi lado y me preguntó si estaba tomando algo. "Sí, agua" -le dije. Después de ese gracioso intercambio de pregunta y respuesta nos preguntamos nuestros nombres y la manera cómo habíamos conocido al amigo en común que teníamos y que ese día cumplía años. Después interrumpimos nuestra conversación porque sonó una canción con la que yo sonreí. "¿Quieres bailarla?" -me preguntó. Así que nos dirigimos a la pista del local barranquino y mientras caía el sol de las cuatro de la tarde, bailamos ese tema y quién sabe cuántos más.

Entonces descubrí que además de ser una persona muy simpática y no salir con gilerías (por lo menos no conmigo), también bailaba maravillosamente bien. Su destreza para los giros y nuevos pasos me sorprendió. Deseé no haber ido con unas sandalias de tacón, sino con mis livianas ballerinas. Igual bailamos y nos divertimos mucho. Solo lo sentí por mi anterior pareja de baile, que a cierta distancia nos observaba con un poco de envidia.

Recuerdo que por esa fecha había pensado a quién podría invitar para que fuera conmigo al cumpleaños de Franco, un amigo al que quiero mucho y al que conozco desde hace más de siete años. No tenía en mente demasiados candidatos, porque no a todos les gustaba bailar en las fiestas. Pero a mí me encanta hacerlo, así que casi por inercia le pregunté a J.C. si le provocaba acompañarme al cumpleaños de este amigo. Se lo dije con tanta naturalidad que creo que sonó a "¿te animarías a visitar la nueva juguería que han abierto en Miraflores?". Entonces él sonrió y me respondió "¿pero te vas a acordar de llamarme y pasarme la voz para ir?". Imaginen mi cara de sorpresa. "¡Claro que te voy a llamar!", le contesté. Pero no lo hice. Fui sola al cumpleaños de mi amigo y bailé con algunos amigos en común, pero siempre me quedé pensando en el que hubiera sido mi pareja de baile.

Con el paso de los días me olvidé del asunto hasta que recibí una invitación para ir a ver "Chau, Misterix" en el CCPUCP. En la galería del mismo Centro Cultural se presentaba por esa época una muestra de los mejores trabajos de la Facultad de Arte de la Católica, así que me acordé que a J.C. le gustaba mucho el arte, a pesar de que estudiaba Derecho y de que trabajaba en el área de vuelos internacionales del aeropuerto. Pensé que disfrutaría mucho ver la exposición además de la obra, así que busqué su teléfono y lo llamé para invitarlo. Todavía me acuerdo una conversación que tuvimos. "¿Por qué estudias entonces Derecho?". "Porque es la carrera que me permitirá pagar mis estudios de Arte. Además, con eso mis padres se pueden quedar tranquilos". Ojalá J.C. no haya renunciado a su sueño. O tal vez ahora se haya convertido en el más prometedor piloto de una aerolínea comercial. ¿Cómo saberlo?

El día finalmente llegó. Mi hermana insistía en que era una cita. Yo odio rotular con nombres ese tipo de salidas. Solo estaba muy contenta de volverlo a ver. J.C. fue puntual. Nos encontramos a las 7:30 p.m. en la entrada del Centro Cultural. Yo subí las escaleras para recoger las invitaciones, pero ¡oh, sorpresa! empalidecí como papel cuando una de las productoras del CCPUCP me dijo "Lo siento, pero se nos han agotado los pases para invitados hace media hora". Sin nada más que hacer en ese lugar, le expliqué a J.C. el imprevisto. Me disculpé no una sino hasta tres veces. Él, muy tranquilo y comprensivo, me propuso ir a brindar con un pisco sour por la anécdota del teatro. Tomamos un taxi hasta el bar de las Brujas de Cachiche, pero esa noche estaba cerrado. Entonces pensé que la supuesta "cita" de la que había hablado mi hermana estaba condenada al fracaso. Fue en ese momento que J.C. me habló de ir a un lugar muy bonito en Miraflores donde podíamos cenar algo. Acepté encantada mientras ambos compartíamos una sonrisa.

Esa noche conocí a dos amigos de J.C. que eran enamorados. Se me han olvidado sus nombres, pero no que me causaron una muy buena impresión. Cenamos riquísimo, tomamos vino y conversamos durante cerca de tres horas. Después me propusieron ir a la casa de J.C. donde él nos prepararía su especialidad: unos spaguetti ¡fenomenales! (sus amigos reconocían sus naturales dotes culinarias). Les agradecí la invitación, pero no acepté. Subimos al carro de su amigo y me llevaron a casa. La despedida fue muy bonita. Sonaba un tema que le gustaba mucho a J.C. y que yo escuchaba por primera vez. Otra vez me volvieron a decir para ir a la casa del spaghetti y otra vez les di las gracias por la invitación, pero decliné.

Y esa fue la última vez que volví a ver al chico del Mamma Lola, el local donde sirven una de las mejores pastas que he probado. Después de esa salida tan anecdótica nos escribimos un par de veces hasta que cada uno volvió a lo suyo. Imaginen la enorme sorpresa que recibí cuando el año pasado, el 24 de diciembre en la noche, recibí una llamada de J.C. para saludarme por Nochebuena. Me contó que ya se había graduado y que estaba viendo lo de sus escritos y sus dibujos. Seguía trabajando en el aeropuerto, pero también quería ver lo de sus prácticas en un estudio de abogados. Me dio mucha alegría escucharlo tan animado y tan lleno de planes. Siempre diré que la Navidad es mágica porque puede sorprenderte con detalles como este. Un saludo de un amigo al que pensabas no volver a ver. Para mí fue especial, porque aunque nunca llegó el saludo de una amiga que esperaba que llegara, recibir noticias de J.C. me devolvió la sonrisa y la fe en quienes llegan a convertirse en tus verdaderos amigos, sin importar lo lejos o cerca que se encuentren.

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