White Russian & Blue Lines

martes, junio 16, 2009


El hombre del pijama azul (Parte II)

Cuentan que un soleado día de junio el hombre del pijama azul se rasuró su varonil barba, se cortó el cabello y empezó a hacer sus maletas. Había decidido mudarse. "¿Adónde irá?", se preguntaba más de un habitante de la ciudad de Clausthal, allá en el reino de Hannover. El hombre del pijama azul se dirigía a Ugbe, un reino vecino, donde todos los días vería los más tornasolados jardines desde la ventana de su cuarto.

Una noche se dio cuenta de que en la nueva cocina se había acabado el gas y a él le provocaba tomarse un café. "¿Qué harás para hervir el agua?" -le preguntó con curiosidad la ninfa que siempre lo visitaba. "Hervirla en una olla arrocera", le contestó. Esa vez también calentó un delicioso pastel de choclo en su wafflera. La imaginación para las soluciones prácticas era una de sus virtudes.

Si veía al hombre del pijama azul tendido sobre su cama, la ninfa sonreía. Le gustaba echarse a su lado y quedarse absorta viendo sus pestañas. Él sonreía con sus ocurrencias. Como la vez en que la descubrió mirándole los pies. "¿Por qué te gusta mirarlos?" -le preguntó. "También me gusta tocarlos" -le respondió ella. Lo que el hombre del pijama azul no sabía era que a su ninfa también le gustaba oler el aroma que despedían sus brazos o su pecho. O la manera en que la hacía reír cuando afirmaba muy seguro que si se sacaba conejos de los dedos de sus pies era para llegar a viejito sin padecer artrosis.

Una madrugada, casi rendidos por el sueño y mientras observaban a los invitados de una fiesta en el departamento vecino, el hombre del pijama azul le contó todos los beneficios de una sesión de reiki. "¿Reiki es usar el poder de tus manos para sanar?" -le preguntó ella. "Sí, pero utilizando una energía muy especial. ¿Te gustaría ir?" -le preguntó. Entonces, antes de quedarse dormidos, la ninfa se ocultó un poco más entre sus brazos y le dijo que sí.

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lunes, junio 01, 2009


Lecciones de cocina

Preparar recetas con una sazón de los dioses ha sido siempre una de las mayores cualidades de mi mamá. ¿Herencia de la abuela? Quizás. El hecho es que en el apasionante terreno culinario quien escribe se considera una humilde aprendiz. Fue tal vez animada por ese sentimiento y por sentirme una entusiasta aficionada a la repostería, que me animé a ir a Hiraoka el domingo pasado con mi hermana y mi sobrina.

Desde luego, el otro motivo no podía ser mejor. En casa necesitábamos una nueva cocina eléctrica, así que pensé que esa también sería la mejor oportunidad para aprender a cocinar. Y ya está. Ese día salimos de la tienda con la cocina (¡con un horno que se me hace agua la boca!), un extractor de jugos (que quise comprármelo desde que leí las miles de combinaciones que puedes hacer), y un MP3 (díganme si la música y la cocina no aseguran un resultado estupendo).

Hoy van a ser tres días de mi primera lección de cocina. Aprendí cómo se prepara un arroz con pollo -y su variante, el arroz con carne-, una ensalada de papas y atún y una sopa para la temporada de invierno. La profesora fue mi mamá y espero aprender nuevas recetas (como los provocativos pimientos rellenos de la foto) o llevar uno de los cursos que dictan en el Peruano Japonés o en Cenfotur.

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