White Russian & Blue Lines

martes, febrero 02, 2010


Año Nuevo en la ciudad de los algarrobos

El mismo día que los papás de J. se mudaban a Pachacamac nosotros viajábamos a la cálida Piura. Desde Miraflores al Jorge Chávez, nuestro conductor, el Sr. Alfonso, se mostraba preocupado por el tráfico que podía complicar que no llegásemos a la hora. Finalmente, todo salió bien. Nos estacionamos en la puerta de ingreso de los vuelos nacionales, bajamos el equipaje y nos deseamos un feliz año. Unos minutos después estábamos en la sección fast food del aeropuerto. Yo me pedí una pizza de Papa Johns y J. se decidió por una hamburguesa del Mc Donald’s. Aún con las papitas en la mano corrimos a la fila que ya se había formado antes del abordaje. Unas papas fritas después, con los cinturones abrochados, mirábamos por la ventana, y nos imaginábamos cuántos grados de temperatura nos esperaba al pisar suelo piurano.

Niño a bordo
Si vieron “Adorable criatura” podrán imaginar perfectamente cómo era el pasajero que se sentó a mi lado. Después de que J. rezara en silencio, el pequeño y yo intercambiamos algunas palabras. Fue un diálogo corto donde me contaba que él, sus papás y su hermano habían regresado de Arequipa y ahora se dirigían a Máncora. También me preguntaba en qué momento se volvería a encender la luz verde para jugar con su Nintendo DS. A los pocos minutos, mientras nos reíamos con J de los videos “Just for laughs”, Leonardo (le llamaremos así) me enseñó un juguete en forma de linterna que sostenía entre sus manos. Mi naturaleza curiosa no resistió preguntarle para qué servía. “Tienes que poner tu mano aquí”, me dijo. Y, entonces, una rápida descarga eléctrica me hizo soltar tan poco inocente juguete. La broma se la hizo después a J., quien le aconsejó no hacer ese tipo de juegos a las personas. A mí me pareció un poco drástico al principio, pero después entendí que no le faltaba razón. Un niño al que sus padres le permiten absolutamente todo, aún las más terribles travesuras, terminan por lamentar no haberlo corregido a tiempo.

Los dulces de Willy Wonka y el calor piurano
El trayecto desde el “Guillermo Concha Iberico”, el aeropuerto piurano, y nuestro hotel nos permitió conocer las calles de la ciudad y reconocer el inconfundible acento de los pobladores del norte peruano. Nuestro taxista nos dio muy buenas referencias del lugar donde nos quedaríamos, nos aconsejó salir a comer a los restaurantes del Centro Comercial Miraflores y visitar Catacaos al día siguiente. Nuestro plan era recibir el Año Nuevo en la turística Colán, pero en ese momento desconocíamos lo “sobrepoblada” que podía estar. Cosas de las fiestas de fin de año, ya saben.

Una vez en la habitación, refrescamos nuestros cuerpos con una prolongada ducha y acomodamos el equipaje. Además de la ropa y de los frascos de shampoo, acondicionador y bloqueador que llevaba en la maleta, tenía conmigo una cajita de los famosos caramelos dos sabores de Willy Wonka, una de mis marcas preferidas en golosinas. Le invité a J. algunos, yo me comí otros, pero menos de la mitad se quedaron para después. Desafortunadamente, quienes se dieron con ellos un dulce banquete fueron las hormigas. ¿De dónde aparecieron? Supongo que el calor les hizo la gentil invitación. Mi cara de sorpresa observaba la ordenada fila de patitas que entraban y salían de la caja. No había remedio. Igual destino hubiera corrido una lata de leche condensada con fresas, o cualquier postre con azúcar, pensé.

(Continuará)

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