
El chico del Mamma Lola
Hace un año, durante un cumpleaños de verano conocí a J.C. Nadie nos presentó, pero no hizo falta. Debo decirles que cuando lo vi en lo que menos pensé fue en querer conocerlo. Mi primera impresión fue creerlo un chico presumido y con poca o ninguna sensibilidad. Imaginé que ni siquiera tenía tema de conversación. Fui una malvada. "Este es un bacán", pensé. Uno de esos tipos que llegan a las reuniones con pose de galanes de barrio y encandilan con una envidiable facilidad a la mitad de las chicas del lugar.
De esos chicos siempre he dudado y nunca me ha provocado conocerlos más allá de saludarlos con educación. Pero J.C. me demostró lo equivocada que estaba. Fue después de que regresó de bailar que se sentó a mi lado y me preguntó si estaba tomando algo. "Sí, agua" -le dije. Después de ese gracioso intercambio de pregunta y respuesta nos preguntamos nuestros nombres y la manera cómo habíamos conocido al amigo en común que teníamos y que ese día cumplía años. Después interrumpimos nuestra conversación porque sonó una canción con la que yo sonreí. "¿Quieres bailarla?" -me preguntó. Así que nos dirigimos a la pista del local barranquino y mientras caía el sol de las cuatro de la tarde, bailamos ese tema y quién sabe cuántos más.
Entonces descubrí que además de ser una persona muy simpática y no salir con gilerías (por lo menos no conmigo), también bailaba maravillosamente bien. Su destreza para los giros y nuevos pasos me sorprendió. Deseé no haber ido con unas sandalias de tacón, sino con mis livianas ballerinas. Igual bailamos y nos divertimos mucho. Solo lo sentí por mi anterior pareja de baile, que a cierta distancia nos observaba con un poco de envidia.
Recuerdo que por esa fecha había pensado a quién podría invitar para que fuera conmigo al cumpleaños de Franco, un amigo al que quiero mucho y al que conozco desde hace más de siete años. No tenía en mente demasiados candidatos, porque no a todos les gustaba bailar en las fiestas. Pero a mí me encanta hacerlo, así que casi por inercia le pregunté a J.C. si le provocaba acompañarme al cumpleaños de este amigo. Se lo dije con tanta naturalidad que creo que sonó a "¿te animarías a visitar la nueva juguería que han abierto en Miraflores?". Entonces él sonrió y me respondió "¿pero te vas a acordar de llamarme y pasarme la voz para ir?". Imaginen mi cara de sorpresa. "¡Claro que te voy a llamar!", le contesté. Pero no lo hice. Fui sola al cumpleaños de mi amigo y bailé con algunos amigos en común, pero siempre me quedé pensando en el que hubiera sido mi pareja de baile.
Con el paso de los días me olvidé del asunto hasta que recibí una invitación para ir a ver "Chau, Misterix" en el CCPUCP. En la galería del mismo Centro Cultural se presentaba por esa época una muestra de los mejores trabajos de la Facultad de Arte de la Católica, así que me acordé que a J.C. le gustaba mucho el arte, a pesar de que estudiaba Derecho y de que trabajaba en el área de vuelos internacionales del aeropuerto. Pensé que disfrutaría mucho ver la exposición además de la obra, así que busqué su teléfono y lo llamé para invitarlo. Todavía me acuerdo una conversación que tuvimos. "¿Por qué estudias entonces Derecho?". "Porque es la carrera que me permitirá pagar mis estudios de Arte. Además, con eso mis padres se pueden quedar tranquilos". Ojalá J.C. no haya renunciado a su sueño. O tal vez ahora se haya convertido en el más prometedor piloto de una aerolínea comercial. ¿Cómo saberlo?
El día finalmente llegó. Mi hermana insistía en que era una cita. Yo odio rotular con nombres ese tipo de salidas. Solo estaba muy contenta de volverlo a ver. J.C. fue puntual. Nos encontramos a las 7:30 p.m. en la entrada del Centro Cultural. Yo subí las escaleras para recoger las invitaciones, pero ¡oh, sorpresa! empalidecí como papel cuando una de las productoras del CCPUCP me dijo "Lo siento, pero se nos han agotado los pases para invitados hace media hora". Sin nada más que hacer en ese lugar, le expliqué a J.C. el imprevisto. Me disculpé no una sino hasta tres veces. Él, muy tranquilo y comprensivo, me propuso ir a brindar con un pisco sour por la anécdota del teatro. Tomamos un taxi hasta el bar de las Brujas de Cachiche, pero esa noche estaba cerrado. Entonces pensé que la supuesta "cita" de la que había hablado mi hermana estaba condenada al fracaso. Fue en ese momento que J.C. me habló de ir a un lugar muy bonito en Miraflores donde podíamos cenar algo. Acepté encantada mientras ambos compartíamos una sonrisa.
Esa noche conocí a dos amigos de J.C. que eran enamorados. Se me han olvidado sus nombres, pero no que me causaron una muy buena impresión. Cenamos riquísimo, tomamos vino y conversamos durante cerca de tres horas. Después me propusieron ir a la casa de J.C. donde él nos prepararía su especialidad: unos spaguetti ¡fenomenales! (sus amigos reconocían sus naturales dotes culinarias). Les agradecí la invitación, pero no acepté. Subimos al carro de su amigo y me llevaron a casa. La despedida fue muy bonita. Sonaba un tema que le gustaba mucho a J.C. y que yo escuchaba por primera vez. Otra vez me volvieron a decir para ir a la casa del spaghetti y otra vez les di las gracias por la invitación, pero decliné.
Y esa fue la última vez que volví a ver al chico del Mamma Lola, el local donde sirven una de las mejores pastas que he probado. Después de esa salida tan anecdótica nos escribimos un par de veces hasta que cada uno volvió a lo suyo. Imaginen la enorme sorpresa que recibí cuando el año pasado, el 24 de diciembre en la noche, recibí una llamada de J.C. para saludarme por Nochebuena. Me contó que ya se había graduado y que estaba viendo lo de sus escritos y sus dibujos. Seguía trabajando en el aeropuerto, pero también quería ver lo de sus prácticas en un estudio de abogados. Me dio mucha alegría escucharlo tan animado y tan lleno de planes. Siempre diré que la Navidad es mágica porque puede sorprenderte con detalles como este. Un saludo de un amigo al que pensabas no volver a ver. Para mí fue especial, porque aunque nunca llegó el saludo de una amiga que esperaba que llegara, recibir noticias de J.C. me devolvió la sonrisa y la fe en quienes llegan a convertirse en tus verdaderos amigos, sin importar lo lejos o cerca que se encuentren.
Hace un año, durante un cumpleaños de verano conocí a J.C. Nadie nos presentó, pero no hizo falta. Debo decirles que cuando lo vi en lo que menos pensé fue en querer conocerlo. Mi primera impresión fue creerlo un chico presumido y con poca o ninguna sensibilidad. Imaginé que ni siquiera tenía tema de conversación. Fui una malvada. "Este es un bacán", pensé. Uno de esos tipos que llegan a las reuniones con pose de galanes de barrio y encandilan con una envidiable facilidad a la mitad de las chicas del lugar.
De esos chicos siempre he dudado y nunca me ha provocado conocerlos más allá de saludarlos con educación. Pero J.C. me demostró lo equivocada que estaba. Fue después de que regresó de bailar que se sentó a mi lado y me preguntó si estaba tomando algo. "Sí, agua" -le dije. Después de ese gracioso intercambio de pregunta y respuesta nos preguntamos nuestros nombres y la manera cómo habíamos conocido al amigo en común que teníamos y que ese día cumplía años. Después interrumpimos nuestra conversación porque sonó una canción con la que yo sonreí. "¿Quieres bailarla?" -me preguntó. Así que nos dirigimos a la pista del local barranquino y mientras caía el sol de las cuatro de la tarde, bailamos ese tema y quién sabe cuántos más.
Entonces descubrí que además de ser una persona muy simpática y no salir con gilerías (por lo menos no conmigo), también bailaba maravillosamente bien. Su destreza para los giros y nuevos pasos me sorprendió. Deseé no haber ido con unas sandalias de tacón, sino con mis livianas ballerinas. Igual bailamos y nos divertimos mucho. Solo lo sentí por mi anterior pareja de baile, que a cierta distancia nos observaba con un poco de envidia.
Recuerdo que por esa fecha había pensado a quién podría invitar para que fuera conmigo al cumpleaños de Franco, un amigo al que quiero mucho y al que conozco desde hace más de siete años. No tenía en mente demasiados candidatos, porque no a todos les gustaba bailar en las fiestas. Pero a mí me encanta hacerlo, así que casi por inercia le pregunté a J.C. si le provocaba acompañarme al cumpleaños de este amigo. Se lo dije con tanta naturalidad que creo que sonó a "¿te animarías a visitar la nueva juguería que han abierto en Miraflores?". Entonces él sonrió y me respondió "¿pero te vas a acordar de llamarme y pasarme la voz para ir?". Imaginen mi cara de sorpresa. "¡Claro que te voy a llamar!", le contesté. Pero no lo hice. Fui sola al cumpleaños de mi amigo y bailé con algunos amigos en común, pero siempre me quedé pensando en el que hubiera sido mi pareja de baile.
Con el paso de los días me olvidé del asunto hasta que recibí una invitación para ir a ver "Chau, Misterix" en el CCPUCP. En la galería del mismo Centro Cultural se presentaba por esa época una muestra de los mejores trabajos de la Facultad de Arte de la Católica, así que me acordé que a J.C. le gustaba mucho el arte, a pesar de que estudiaba Derecho y de que trabajaba en el área de vuelos internacionales del aeropuerto. Pensé que disfrutaría mucho ver la exposición además de la obra, así que busqué su teléfono y lo llamé para invitarlo. Todavía me acuerdo una conversación que tuvimos. "¿Por qué estudias entonces Derecho?". "Porque es la carrera que me permitirá pagar mis estudios de Arte. Además, con eso mis padres se pueden quedar tranquilos". Ojalá J.C. no haya renunciado a su sueño. O tal vez ahora se haya convertido en el más prometedor piloto de una aerolínea comercial. ¿Cómo saberlo?
El día finalmente llegó. Mi hermana insistía en que era una cita. Yo odio rotular con nombres ese tipo de salidas. Solo estaba muy contenta de volverlo a ver. J.C. fue puntual. Nos encontramos a las 7:30 p.m. en la entrada del Centro Cultural. Yo subí las escaleras para recoger las invitaciones, pero ¡oh, sorpresa! empalidecí como papel cuando una de las productoras del CCPUCP me dijo "Lo siento, pero se nos han agotado los pases para invitados hace media hora". Sin nada más que hacer en ese lugar, le expliqué a J.C. el imprevisto. Me disculpé no una sino hasta tres veces. Él, muy tranquilo y comprensivo, me propuso ir a brindar con un pisco sour por la anécdota del teatro. Tomamos un taxi hasta el bar de las Brujas de Cachiche, pero esa noche estaba cerrado. Entonces pensé que la supuesta "cita" de la que había hablado mi hermana estaba condenada al fracaso. Fue en ese momento que J.C. me habló de ir a un lugar muy bonito en Miraflores donde podíamos cenar algo. Acepté encantada mientras ambos compartíamos una sonrisa.
Esa noche conocí a dos amigos de J.C. que eran enamorados. Se me han olvidado sus nombres, pero no que me causaron una muy buena impresión. Cenamos riquísimo, tomamos vino y conversamos durante cerca de tres horas. Después me propusieron ir a la casa de J.C. donde él nos prepararía su especialidad: unos spaguetti ¡fenomenales! (sus amigos reconocían sus naturales dotes culinarias). Les agradecí la invitación, pero no acepté. Subimos al carro de su amigo y me llevaron a casa. La despedida fue muy bonita. Sonaba un tema que le gustaba mucho a J.C. y que yo escuchaba por primera vez. Otra vez me volvieron a decir para ir a la casa del spaghetti y otra vez les di las gracias por la invitación, pero decliné.
Y esa fue la última vez que volví a ver al chico del Mamma Lola, el local donde sirven una de las mejores pastas que he probado. Después de esa salida tan anecdótica nos escribimos un par de veces hasta que cada uno volvió a lo suyo. Imaginen la enorme sorpresa que recibí cuando el año pasado, el 24 de diciembre en la noche, recibí una llamada de J.C. para saludarme por Nochebuena. Me contó que ya se había graduado y que estaba viendo lo de sus escritos y sus dibujos. Seguía trabajando en el aeropuerto, pero también quería ver lo de sus prácticas en un estudio de abogados. Me dio mucha alegría escucharlo tan animado y tan lleno de planes. Siempre diré que la Navidad es mágica porque puede sorprenderte con detalles como este. Un saludo de un amigo al que pensabas no volver a ver. Para mí fue especial, porque aunque nunca llegó el saludo de una amiga que esperaba que llegara, recibir noticias de J.C. me devolvió la sonrisa y la fe en quienes llegan a convertirse en tus verdaderos amigos, sin importar lo lejos o cerca que se encuentren.

Etiquetas: chico, cumpleaños, mamma lola, restaurante, teatro, verano
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